Cuaucóhuatl y Axolohua fieron pasando y miraron mil maravillas allí entre las cañas y las juncias.
Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes, eran sus padres los dichos.
Lo que les dijo fue así: - “En donde se tienda la tierra entre cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.”
Así por su propia boca les habló y esta orden les dio.
Y ellos al momento vieron: sauces blancos, allí enhiestos; cañas blancas, juncias blancas, y aun las ranas blancas, peces blancos, culebras blancas: es lo que anda por las aguas.
Y vieron después donde se parten las rocas sobrepuestas, una cueva: cuatro rocas la cerraban. Una al oriente se ve, nada de agua tiene, es sin agua que se agita.
La segunda roca de la cueva ve al norte: se ve que está sobrepuesta, y de ella sale el agua que se llama agua azul, agua verdosa.
Cuando esto vieron los viejos se pusieron a llorar.
Y decían: - ¿Con que aquí ha de ser?
Es que estaban viendo lo que les había dicho, lo que les había ordenado Huitzilopochtli.
Es que él les había dicho:
-“Habéis de ver maravillas muchas entre cañas y entre juncias.”
¡Ahora las estamos mirando – decían ellos –, y quedamos admirados!
¡Cuán verdadero fue el dicho, bien se realizó su orden!
Van a buscar a los mexicanos y les dicen:
- “Mexicanos, vamos, vamos a admirar lo que hemos contemplado. Digamos al
Sacerdote: él dirá qué debemos hacer.”
Fueron a Temazcatitlan y allí se detuvieron. Por la noche vinieron a ver, vieron a mostrarse unos a otros y era el sacerdote Cuauhtlaquezqui, que es el mismo Huitzilopochtli.
Dijo él: - Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre cañas y juncias? ¡Aún resta ver otra cosa!
No la habeís visto todavía.
Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: ¡allí está el corazón de Copil que tú fuiste a arrojar allá donde el agua hace giros y más giros! Pero allí donde vino a caer, y habéis visto entre los peñascos, en aquella cueva entre cañas y juncias, ¡del corazón de Cópil ha brotado ese nopal salvaje! ¡Y allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!
- Nuestro pechos, nuestra cabeza, nuestras flechas, nuestros escudos, allí les haremos ver: a todos los que nos rodean allí los conquistaremos! Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan! El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!”
- Dijo entonces Cuauhcóatl: - ¡Muy bien está mi señor sacerdote:
¡Lo concedió tu corazón: vamos a a hacer que lo oigan mis padres los ancianos todos juntos!
Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcótal y les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli.
Las oyeron los mexicanos. Y de nuevo van allá entre cañas y entre juncias, a la orilla de la cueva.
Llegaron al sitio donde se levanta el nopal salvaje allí al borde de la cueva, y vieron tranquila parada el Águila en el nopal salvaje: allí come, allí devora y echa a la cueva los restos de lo que come.
Y cuando el Águila vio a los mexicanos, se inclinó profundamente.
Y el Águila veía desde lejos.
Su nido y su asiento era él de cuantas finas plumas hay: plumas de azulejos, plumas de aves rojas y plumas de quetzal.
Y vieron también allí cabezas de aves preciosas y patas de aves y huesos de aves finas tendidos en la tierra.
Les habló el dios y así les dijo:
- Ah, mexicanos: aquí sí será! ¡México es aquí! Y aunque no veían quién les hablaba, se pusieron a llorar y decían: - ¡Felices nosotros, dichosos al fin: hemos visto ya dónde ha de ser nuestra ciudad! ¡Vamos y vengamos a reposar aquí!
Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes, eran sus padres los dichos.
Lo que les dijo fue así: - “En donde se tienda la tierra entre cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.”
Así por su propia boca les habló y esta orden les dio.
Y ellos al momento vieron: sauces blancos, allí enhiestos; cañas blancas, juncias blancas, y aun las ranas blancas, peces blancos, culebras blancas: es lo que anda por las aguas.
Y vieron después donde se parten las rocas sobrepuestas, una cueva: cuatro rocas la cerraban. Una al oriente se ve, nada de agua tiene, es sin agua que se agita.
La segunda roca de la cueva ve al norte: se ve que está sobrepuesta, y de ella sale el agua que se llama agua azul, agua verdosa.
Cuando esto vieron los viejos se pusieron a llorar.
Y decían: - ¿Con que aquí ha de ser?
Es que estaban viendo lo que les había dicho, lo que les había ordenado Huitzilopochtli.
Es que él les había dicho:
-“Habéis de ver maravillas muchas entre cañas y entre juncias.”
¡Ahora las estamos mirando – decían ellos –, y quedamos admirados!
¡Cuán verdadero fue el dicho, bien se realizó su orden!
Van a buscar a los mexicanos y les dicen:
- “Mexicanos, vamos, vamos a admirar lo que hemos contemplado. Digamos al
Sacerdote: él dirá qué debemos hacer.”
Fueron a Temazcatitlan y allí se detuvieron. Por la noche vinieron a ver, vieron a mostrarse unos a otros y era el sacerdote Cuauhtlaquezqui, que es el mismo Huitzilopochtli.
Dijo él: - Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre cañas y juncias? ¡Aún resta ver otra cosa!
No la habeís visto todavía.
Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: ¡allí está el corazón de Copil que tú fuiste a arrojar allá donde el agua hace giros y más giros! Pero allí donde vino a caer, y habéis visto entre los peñascos, en aquella cueva entre cañas y juncias, ¡del corazón de Cópil ha brotado ese nopal salvaje! ¡Y allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!
- Nuestro pechos, nuestra cabeza, nuestras flechas, nuestros escudos, allí les haremos ver: a todos los que nos rodean allí los conquistaremos! Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan! El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!”
- Dijo entonces Cuauhcóatl: - ¡Muy bien está mi señor sacerdote:
¡Lo concedió tu corazón: vamos a a hacer que lo oigan mis padres los ancianos todos juntos!
Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcótal y les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli.
Las oyeron los mexicanos. Y de nuevo van allá entre cañas y entre juncias, a la orilla de la cueva.
Llegaron al sitio donde se levanta el nopal salvaje allí al borde de la cueva, y vieron tranquila parada el Águila en el nopal salvaje: allí come, allí devora y echa a la cueva los restos de lo que come.
Y cuando el Águila vio a los mexicanos, se inclinó profundamente.
Y el Águila veía desde lejos.
Su nido y su asiento era él de cuantas finas plumas hay: plumas de azulejos, plumas de aves rojas y plumas de quetzal.
Y vieron también allí cabezas de aves preciosas y patas de aves y huesos de aves finas tendidos en la tierra.
Les habló el dios y así les dijo:
- Ah, mexicanos: aquí sí será! ¡México es aquí! Y aunque no veían quién les hablaba, se pusieron a llorar y decían: - ¡Felices nosotros, dichosos al fin: hemos visto ya dónde ha de ser nuestra ciudad! ¡Vamos y vengamos a reposar aquí!
No hay comentarios:
Publicar un comentario