¡Que vienen!¡Que vienen! –gritó la cigüeña.
-¡Que vienen!¡Que vienen! –gritaron todos.
Y en un momento, todos los animales que estaban tomando el sol en la pradera corrieron a refugiarse en sus escondites secretos del bosque. Se asustaron, pero tampoco tanto, porque esperaban la noticia al estar avisados de que acababa de abrirse la temporada de caza.
-La veda es un invento con el que los humanos tratan de justificarse diciendo que está pensada para protegernos. Es una disposición legal que permite a los animales racionales, que se llaman ellos pero que no lo son tanto, matar a su antojo durante una temporada a los que llaman animales irracionales, es decir a aquellos animales que ellos (que a todo le ponen el nombre que les conviene) llaman “caza”. –estaba diciendo en aquel momento don Buho, el profesor de la escuela del bosque, a sus alumnos. Y continuó explicando- Así, cuando nace uno de nosotros, lo primero que pregunta a su madre en cuanto sabe hablar es: Mamá, ¿soy caza?. Y su madre responde sí o no, según el caso. Aunque en el caso de que conteste no, tampoco tendrá mucha suerte ya que será considerado por los humanos como animal doméstico o como animal salvaje. Y ya sabéis que los animales domésticos son los que trabajan, o sirven de alimento o compañía para los humanos. En cuanto a los animales salvajes, pero salvajes de verdad, no como nosotros que somos poco salvajes, tienen bastantes probabilidades de convertirse en caza, o en domesticado, categoría humillante para un animal salvaje que lo llevará a un circo o a ser prisionero de por vida en un zoológico, que es como los humanos llaman a los campos de concentración donde nos encierran. Bueno, fijaos si serán irracionales los racionales que a matarse entre ellos, en vez de caza, lo llaman guerra. ¿Lo habéis entendido?
-¡¡Síííí!! –contestaron los alumnos de don Buho, mientras que en la última fila, sin enterarse de lo que el profesor había dicho, un sapo le decía a una rana: a ver, si 3 sapos cazan 3 moscas en 3 minutos, ¿cuánto tardarán 30 sapos en cazar 30 moscas? Pero la rana no pudo contestar porque don Buho, al darse cuenta de que no se habían enterado de lo que había explicado, les interrumpió preguntando:
-¿Vosotros también?
-Sí, claro..., por supuesto, claro que sí..., perfectamente –contestó el sapo, que es lo que contesta siempre un alumno cuando no se ha enterado de nada.
Aquella mañana estaba prevista la intervención de don Cuervo Negrovsky, que había venido de Centro Europa y había sido testigo de dos o tres guerras en los distintos países de los que había tenido que salir huyendo, y que disertaría ante los alumnos de don Buho sobre “La irracionalidad de los racionales” cuando el aviso de la cigüeña llegó hasta ellos:
-¡Que vienen!¡Que vienen!
Así que corrieron a esconderse en el refugio de la escuela.
Mientras bajaban corriendo las escaleras iluminadas por don Luciérnago y su familia, uno de los alumnos le preguntó a don Buho:
-¿Y por qué los perros colaboran con los cazadores contra nosotros.
-Pobrecillos, no les culpes –contestó el profesor jadeando- Son animales domésticos y domesticados; el colmo, vamos. Se limitan a hacer lo que les han enseñado. Venga, tú corre que mañana hablaremos de eso en clase.
La cigüeña, desde su casa-observatorio situada en lo alto del campanario de la iglesia del pueblo, vigilaba atenta desde que los principales afectados por el final de la veda, es decir: conejos, liebres, perdices y codornices de la zona, le dijeron: Atención, que deben de estar al caer.
Así que, aquella mañana, al ver que se acercaban cuatro coches desconocidos al pueblo, no lo dudó ni un instante y, desplegando sus alas y estirando el cuello y las patas, se lanzó al vacío para volar en círculos sobre los campos que rodeaban el pueblo gritando su aviso.
Los cazadores contemplaron sus evoluciones desde sus coches, y uno de ellos dijo:
-Que majestuosamente vuelas las cigüeñas, ¿verdad?. Son preciosas.
-Sí, es una pena que no las podamos cazar –añadió otro de los cazadores, demostrando la sensibilidad que su mirada reflejaba.
Las perdices y las codornices, confiando en que los humanos pensaban que no volaban alto, se refugiaron en los árboles más altos y frondosos del bosque, mientras que las liebres y los conejos se escondían en su red de túneles que desembocaban en una gran sala común llena de zanahorias, por si la espera se hacía larga.
Doña Liebre Carreras, familiar por vía lejana de un gran tenor catalán, la liebre más veterana del grupo, trató de tranquilizar a sus amigos diciendo:
-No os asustéis, que no es para tanto. Contra las armas y la brutalidad de los humanos nosotros tenemos la inteligencia.
-Pero ellos son más inteligentes que nosotros puesto que han inventado las escopetas –argumentó uno de los conejos.
-Pues precisamente por eso demuestran que de inteligentes, nada. ¡Vaya inteligencia, inventar un artilugio para matar!. Nosotros en cambio, nos reímos de ellos con nuestra rapidez, agilidad e inteligencia.
-Tú, a los únicos que les tienes que tener miedo es a los galgos y a los podencos. Corred en cuanto los veáis, acordaos del cuento. Los demás perros tampoco corren tanto, como hoy vamos a demostrar, ya que les vamos a dar una buena sorpresa.
Ante la mirada interrogante de todos los que rodeaban a doña Liebre Carreras, ésta presentó a dos liebres que estaban a su derecha:
-Tengo el placer de presentaros a Cien Metros Lisos y a Corre Corre que te Pillo, dos liebres que acaban de venir a vivir con nosotros y que son campeonas olímpicas.
Un murmullo de admiración se levantó de entre los presentes, que acabaron preguntando:
-¿Campeonas olímpicas? ¿De qué?
-Yo de 1.000 metros vallas con 5 perros detrás, y mi compañera de 10.000 metros con obstáculos, es decir, escopetas disparándole cada 500 metros. Salimos en primera plana del “Marca”.
Y las dos mostraron sus medallas de oro que despertaron la admiración de los que las rodeaban.
-Así que, como os decía –dijo doña Liebre Carreras- hoy nos vamos a reír un rato de los perros. La cigüeña nos ha dicho que hoy viene con los cazadores la famosa Tara, una perra campeona, pero no tanto como nuestras amigas las liebres que hoy le van a dar una buena lección a esa perra presumida.
-Sí, hemos entrenado toda la semana y estamos en plena forma, ¿verdad? –dijo Cien Metros Lisos.
-Verdad –contestó Corre Corre que te Pillo, haciendo flexiones.
-Muy bien pues mientras vosotras os reís un rato de Tara y de los cazadores, yo calcularé en esta pizarra las características de la carrera, según los datos de que dispongo.
En ese momento se armó un pequeño revuelo a la entrada del refugio, pero todos se tranquilizaron al ver que entraban don Buho y sus alumnos que, enterados de que doña Liebre Carreras iba a calcular un problema, se incorporaron para no perder clase.
-Muy bien. ¡Vamos allá! –exclamaron las liebres corredoras, y salieron del refugio seguidas de todas las liebres y los conejos dispuestos a animarlas.
En cuanto se quedaron solos, la liebre se dirigió a los alumnos de don Buho y les dijo:
-A ver cómo os las arregláis para resolver este problema, tomad nota: una liebre corre delante de un perro...
-¿Cuál de las dos? –preguntó un topo, interrumpiendo la explicación.
-Lo mismo da. La que tú quieras. Así que repito: una liebre corre delante de un perro y le lleva 60 saltos de ventaja...
-¿Cuántos? ... 40 –pregunto un erizo.
-No, 60. Y no me interrumpáis más. Continúo: La liebre da 4 saltos mientras que el perro da 3, pero el perro en 5 saltos avanza tanto como la liebre en 8 saltos.
-Pero, ¿alcanza el perro a la liebre? –pregunta una ardilla muy preocupada.
-No seas tonta, esto es sólo un problema –dice don Buho.
-Pero, ¿la alcanza o no la alcanza? –vuelve a preguntar la ardilla, a punto de echarse a llorar.
-Espera que termino el enunciado del problema. Ahora pregunto: ¿Cuántos saltos tiene que dar el perro para alcanzar a la liebre?
-Pero, ¿la alcanza?
-Oye, estás hoy muy pesadita, ¿sabes? –le dice don Buho a la ardilla preguntona.
En la última fila, la rana, como siempre, no se ha enterado de nada, aunque esta vez sea porque está intentando calcular cuánto tardarían los 30 sapos en cazar 30 moscas.
Mientras tanto, arriba, al aire libre, en el límite del bosque con la pradera, todos sus habitantes, bien escondidos, observan cómo Cien Metros Lisos sale a descubierto gritando:
-¡Eh! ¡Tú! Tara, perra tonta, ¿a que no me agarras?
Y antes de que la perra reaccione, la liebre sale disparada como una flecha, jaleada por sus amigos y admiradores, iniciando una carrera con una ventaja de 60 saltos sobre Tara.
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