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27 de febrero de 2011

Mirador-Armando Fuentes Aguirre

¡Te voy a besar donde nunca ningún hombre te ha besado!”. Así le dijo con vehemencia Simpliciano, joven sin mucho mundo, a Pirulina, sabidora mujer que a sus 30 años había recorrido bastantes kilómetros de vida, casi todos de terracería. Respondió la pispa: “¿Me vas a besar donde nunca ningún hombre me ha besado? ¡Caramba! ¡Tendrás que besarme en el píloro, y en Timbuctú!”. (Píloro: abertura inferior del estómago. Timbuctú, o Tombouctou: ciudad de Mali, cerca del río Níger; antiguo punto de importancia en la ruta de las caravanas de camellos por el Sahara). La historietilla anterior me hace evocar a Babalucas. Fue a ver una película francesa, erótica. En una lúbrica escena de libídine el galán tendió a la protagonista en el lecho del placer, y después de quitarle toda ropa la besó apasionadamente en el cuello, en los hombros, en los senos, en la cintura, en el ombligo, en las rodillas (se brincó, pero luego regresa), en las piernas y en los pies. “¡Ah, estos franceses! -exclamó el badulaque, despectivo-. ¡No saben que los besos se dan en los labios!”… Don Timoracio, empleado de don Algón, le dijo nerviosamente al tiempo que daba vueltas en las manos a la visera con plástico verde que usaba en su trabajo de tenedor de libros: “Señor: mi esposa opina que el salario que percibo es muy bajo, y que debo pedir a usted un aumento de sueldo”. “Regrese mañana -contesta don Algón-. Veré qué opina mi mujer”… Doña Panoplia, dama de sociedad, fue abordada en la calle por un astroso limosnero. “Señora -clamó con deprecante voz el pedigüeño-. ¡Llevo dos días sin comer!”. “Lo compadezco, buen hombre -replicó doña Panoplia-. Seguramente estamos viendo al mismo nutriólogo”… Jactancio, presuntuoso individuo, hacía gala de sus triunfos de tenorio. Señalando a las mujeres que pasaban decía, vanidoso: “Esa mujer ha sido mía… Aquélla también… Y aquella otra…”. “¡Caramba! -comentó alguien con admiración-. ¡Pues entre tú y tu esposa se han despachado a toda la ciudadanía de ambos sexos en el pueblo!”… Avaricio Matatías, hombre muy agarrado, le ordenó a su hijo que fuera a la casa de su amigo, Usurino Cenaoscuras, igual de cicatero, y le pidiera su martillo para clavar un clavo. Regresó el muchacho: “Dice que no te presta el martillo, porque se le gasta”. “¡Habrese visto! -se indigna Avaricio-. ¡Lo que hacen algunos por conservar lo suyo! ¡Ahora tendremos que usar nuestro propio martillo!”… Don Astasio llegó a su casa cuando no era esperado, y sorprendió a su esposa Facilisa en apretado trance de concúbito con el vecino. Salió de la recámara el mitrado; colgó en la percha su saco y su sombrero, y encaminó luego sus pasos al chifonier donde guardaba una libreta con dicterios para decirlos a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le enrostró a la pecatriz esta palabra: “¡Cachirila!”. Don Astasio había hallado ese vocablo, que designa a la ramera o mujer pública, en el útil “Diccionario de Mejicanismos” (así, con jota) del señor Santamaría. “¡Ay, Astasio! -se quejó ella-. ¡Tú siempre con tus palabras raras, que no hay quien las entienda! ¿Porqué no hablas como toda la gente?”. “Mi modo de hablar no es ahora el tema a discusión -respondió con enojo don Astasio-. Si bien por la manera de expresarse es posible conocer a una persona (‘Habla, para que yo te vea’, decía un filósofo helénico), no menos cierto es que en ocasiones las palabras no importan. ‘Verba movent, exempla trahunt’, postulaban los latinos. Las palabras pueden conmover, pero los ejemplos son los que arrastran. Volvamos, sin embargo, a la cuestión que nos ocupa. Dime: aparte del vecino ¿con quiénes más, vulpeja inverecunda, has faltado a la fe que al pie del ara me juraste?”. “¡Ay, Astasio! -volvió a decir doña Facilisa, cuyo catálogo de interjecciones, bien se ve, era bastante limitado-. ¿Cómo quieres que lo sepa? ¿Ya no recuerdas que cuando hago esto acostumbro cerrar los ojos?”… FIN.

Mirador
Armando Fuentes Aguirre

HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO
Dijo el gallo:
- Perdonarán, amigos míos, que deje la reunión. Debo ir a cantar, pues si no canto al amanecer el sol no sale.
El Espíritu oyó aquello, y comentó:
- ¡Qué vanidoso es el gallo!
Respondió el Creador:
- Y eso no es nada. Espera a que haga a los escritores.  
¡Hasta mañana!...








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